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Wednesday, May 9, 2007

The Wall Street Journal. Satisfacción Cero


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May 9, 2007 4:05 a.m.
The Wall Street Journal

Satisfacción cero.
Por Jonathan Clements

Por qué lo que tenemos nunca es suficiente.



Puede ser que en Estados Unidos tengamos una mejor calidad vida y más libertad que en muchos otros países, pero en la búsqueda de la felicidad no nos va tan bien.

Estados Unidos es hoy más rico que nunca. Pero las encuestas muestran que sus habitantes no son más felices que hace 30 años. El problema: no somos buenos en descubrir qué es lo que nos hará felices.

Constantemente estamos deseando autos más lujosos y salarios más altos y, al principio, esas cosas elevan la felicidad. Pero el brillo de la satisfacción se opaca tan pronto empezamos a querer otra cosa. Del mismo modo, les decimos a nuestros amigos que nuestros hijos son nuestra gran felicidad. Sin embargo, las investigaciones demuestran que la llegada de los niños reduce la felicidad de los padres cuando tienen que enfrentar las dificultades y el estrés que implican.

Esto genera una pregunta obvia: ¿Por qué deseamos siempre más? Los expertos dan dos explicaciones.

No estamos hechos para ser felices. Fuimos creados para sobrevivir y reproducirnos. No estaríamos aquí si nuestros ancestros no hubiesen luchado para proteger y alimentar a sus familias. La promesa de la felicidad, entre tanto, es sólo un truco para alegrarnos el camino.

¿No le gusta la idea de que estamos engañados por un sistema de instintos antiguos? La culpa es entonces de las creencias de la sociedad.

Trabajar duro y criar hijos puede que no nos haga más felices, pero estas creencias permiten que la sociedad siga funcionando. Y los que aceptan esas creencias prosperan y transmiten esos valores a sus hijos.

Somos malos para hacer pronósticos. Considere el estudio de los académicos Daniel Kahneman y David Schkade, quienes les preguntaron a estudiantes universitarios del centro de Estados Unidos y del sur de California dónde pensaban que la gente como ellos sería más feliz. Ambos grupos escogieron a California, en gran parte por el clima cálido. Y cuando se les preguntó qué tan satisfechos estaban con sus propias vidas, ambos grupos dijeron que eran felices por igual.

Cuando predecimos lo que nos hace felices, estamos influidos por cómo nos sentimos hoy. Si hacemos las compras de la semana justo después de almorzar, compraremos de forma más selectiva. El inconveniente: unos días después miraremos insatisfechos un refrigerador vacío.

Y quizás aún más importante es que fallamos al anticipar qué tan rápido nos adaptaremos a las mejoras en nuestra vida. Pensamos que todo va a ser maravilloso cuando nos mudemos a una casa más grande. No nos damos cuenta que, después de unos meses, nos será indiferente el espacio adicional.

La experiencia debería ayudarnos a evitar esos errores repetitivos. Pero no lo hace, en parte, porque no nos acordamos bien cómo nos sentimos realmente, dice el profesor de psicología de la Universidad de Harvard Daniel Gilbert, autor de Tropezar con al felicidad.

Un ejemplo: trabajamos duro para lograr el próximo ascenso porque estamos seguros que eso nos hará felices. Nos olvidamos que la última vez que obtuvimos un ascenso, fue un poco frustrante.

No está de más confrontar la realidad, dice Gilbert. Suponga que será más feliz si se muda a un pequeño pueblo rural, adopta un hijo o deja el trabajo y se convierte en profesor de matemáticas en una escuela secundaria.

No se fíe de las opiniones de quienes viven en pueblos pequeños, han adoptado niños o se convirtieron en maestros. En cambio, dedique algún tiempo a observar a estas personas y vea si son felices.


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